FUTURO Y LIBERTADES
Concurso de relatos de ciencia ficción de Zenda e Iberdrola (marzo 2018)
En el año 4036, los taurgos dominaban el planeta. Tenían una inteligencia siete veces superior a la de los humanos; la habían estado desarrollando durante siglos, después de la ocupación. Gracias a ello, empezaron a dominar a las computadoras, y luego fue cuestión de tiempo que acabaran por dominar a las máquinas.
Ningún trabajo necesitaba seres vivos, sólo máquinas controladas mentalmente por taurgos. No es de extrañar que éstos se hubieran convertido en una masa de tejidos blandos que revestían un gran cráneo, cuatro veces más grande que el de cualquier ser humano. A consecuencia de la evolución, o en su caso de la involución, sus extremidades se habían convertido en poco más que unos simples apéndices de pellejo, sin ningún tipo de movilidad o funcionalidad. No la necesitaban, sólo necesitaban controlar a las máquinas.
Tras el control de las máquinas, fue un juego de niños controlar a los humanos, y casi exterminarlos. A penas los necesitaban. Esta inteligencia, que dominaba la ciencia y controlaba a las maquinas, había subyugado a los humanos, relegándolos a poco más que a meros esclavos. Esclavos del arte y el entretenimiento.
Los taurgos habían desarrollado una gran inteligencia y control mental, pero a costa de haber perdido toda clase de sentimientos y emociones. Eran capaces de recrear, mediante complejas computadoras y sofisticadas maquinarias, una pintura o una obra literaria en segundos; pero el resultado era una simple copia o una mezcla de otras pinturas o libros almacenados en sus bases de datos. Un plagio.
Los humanos eran los únicos capaces de crear nuevas obras de arte expresando nuevas emociones y profundos sentimientos. Por ello, los pocos que quedaban, se convirtieron en los creadores de arte para los taurgos, sus bufones. Esta era su única funcionalidad: escribir, pintar, cantar, bailar o actuar. El humano que no desarrollaba una habilidad artística era sacrificado. La única excepción eran las mujeres en edad de fecundar. Una prórroga para acabar de desarrollar alguna habilidad, en caso contrario, era un activo prescindible para los taurgos.
ZDN-73 dejó de escribir, se quedó pensativo y se dirigió hacia su compañera LBR-81 que pintaba un precioso amanecer.
—Mi padre me contaba cuentos sobre abogados.
—¿Estás loco? —LBR abrió los ojos tanto que casi le salían de las órbitas—. Sabes que hablar de eso está prohibido.
—Defendían los derechos de los humanos.
—Calla, insensato. Vas a hacer que nos maten —LBR no salía de su asombro—. Hace siglos que no hay purgas, pero como te oigan…
—Lo sé, mi abuelo se lo contó a mi padre y éste me lo contó a mí.
—Sois una familia de temerarios.
—Si los taurgos condenaban a alguien por rebelión —continuó ZDN sin prestar atención a su compañera— era ejecutado junto con toda su familia, para que no se propagaran las ideas secesionistas.
—Es peor que todo eso, he oído que incluso ante meras sospechas se eliminaban comunidades enteras. Ante la duda, todos exterminados.
—Ese es el problema —ZDN se levantó y empezó a andar por el cubículo como si fuera a dar un alegato—, que nadie puede defender nuestros derechos, nuestras ideas.
—Siéntate y sigue escribiendo, vas a hacer que nos maten de verdad.
—Yo quiero escribir, sí, pero sobre la libertad.
—Olvida esas ideas. Si alguien te escucha nos va a denunciar. Tú mismo lo estás diciendo, las ideas revolucionarias están castigadas con la pena capital.
—No quiero seguir escribiendo cuentos sobre taurgos que aún conservan sus extremidades y que libran batallas imposibles contra enemigos débiles. Quiero escribir sobre nuestras batallas, las que quedan por ganar para conseguir la libertad, derechos.
LBR-81 dejó la tableta digital que hacía servir de paleta y el pincel electrónico, se levantó y cogió a ZDN por los hombros. Lo miró fijamente a los ojos y antes de que pudiera decir nada su compañero la interrumpió.
—Lo he decidido, quiero formar un equipo para redactar nuestras ideas y exponer nuestros derechos. Y luego quiero defenderlas: quiero ser abogado.
—Pues tu primer caso acabará con una sentencia de muerte, para ti, para tu equipo y, lo peor aún, para todos. Piensa en tu familia, en la mía, en la nuestra —hizo una pausa como si buscara una idea—. Si persistes te tendré que denunciar.
Pero ZDN-73 no escuchaba, no entraba en razón, poco a poco fue alzando la voz. A través de los cristales, los ocupantes de los cubículos contiguos empezaron a extrañarse y a dejar sus tareas creativas para observar.
—¿No estás harta de pintar máquinas formando filas al alba? ¡Es una paradoja! Vivimos en un constante ocaso. Fíjate —y señaló a la pantalla donde LBR estaba creando una escena—. No hay humanos en tus pinturas. Como no los hay en mis relatos. No somos nada, no hay familia porque no sirven para nada sin un futuro.
—Nuestro futuro es servir a los taurgos. Esa es la razón de nuestra existencia, por eso nos procreamos.
—No cuentes conmigo.
—Eres mi asignado.
—No voy a contribuir a perpetuar nuestra esclavitud.
—Sabes que es nuestra función. Y suerte que fui seleccionada para pintar. Pero piensa en nuestros futuros hijos. Si tenemos una niña la podremos conservar hasta los cuarenta o cuarenta y cinco años, pero si tenemos un hijo y no sabe escribir, pintar…
—Por eso mismo, es un riesgo que no quiero correr.
—Pues piensa en mí, si no procreamos, pensarán que soy infértil y …
—Te sacrificarán sin un juicio justo, sin una defensa, sin probar que eres fértil y que el problema soy yo.
LBR se dirigió a la puerta y empezó a gritar:
—Guardias, guardias.
El sonido de unas pesadas máquinas acercándose fue en aumento.
—Aguarda. No tengas miedo a la muerte. Sin libertad, sin derechos, ya estamos muertos.